Desdén olímpico

PARECE QUE mañana será elegida Madrid capital olímpica. Hasta hace poco tuvo tiempos mejores: su cuerpo era más asequible y claro; su espíritu, mucho más alegre. Quizá lo olímpico tenga poco que ver con el pobre hombre y aún menos con el hombre pobre (y ser mujer no exime a la alcaldesa). Quizá cuando llegue la hora del Olimpo, Madrid y cuanto representa, haya recuperado su auténtica gracia y su alegría. Las Olimpiadas primigenias detuvieron guerras, tramaron glorias, encarnaron dioses e inmortalizaron cuerpos mortales. Por eso resucitaron ellas mismas: para consolarnos de nuestra modesta vulgaridad. Agradezcámoslas por tanto y aprovechemos la ocasión para resucitar nuestra alegría: la verdadera madre de la vida. Ganar los Juegos no es causa suya, sino su consecuencia. El desánimo es lo que quita el alma; sin ella, el cuerpo no corre, no salta, no se eleva, no crece ni se expone... Ojalá las Olimpiadas, que yo ya no veré, sean el remedio y el paradigma que despierten a esta España, adormecida con falsas promesas y nanas repulsivas. Que musculen los jóvenes sus cuerpos y sus espíritus. Ganar no importa: con participar basta.